En la actualidad, hay bastante evidencia que respalda los beneficios de una dieta balanceada que cumpla con los requerimientos energéticos y de nutrientes, destacando el rol de los alimentos de origen vegetal (Elena C, 2019); tales como frutas, verduras (Aune D, 2017), nueces, legumbres (Luo C, 2014), granos enteros, café y té (Zhang C, 2015). Un metaanálisis reciente (Bechthold et al. 2017) demostró a través de un análisis lineal dosis-respuesta que existe una asociación inversa entre el consumo de granos enteros, frutas, nueces, legumbres y pescado con el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, mientras que se evidenció una asociación positiva con los huevos, productos lácteos, carnes rojas y procesadas y bebidas azucaradas. Esto tiene sentido si consideramos que aquellos alimentos con asociación inversa presentan baja densidad calórica, aportan fibra dietaria y también ácidos grasos esenciales. A pesar de lo anterior, los autores reportaron una clara indicación de no linealidad entre el consumo de granos enteros, frutas, nueces, lácteos, carnes rojas y el riesgo de insuficiencia cardiaca, y entre el consumo de vegetales y el riesgo de accidente cerebrovascular.
Schulze y colaboradores (2018) también concluyeron que la prevención del riesgo de enfermedades crónicas basada en los alimentos debe dar prioridad a las frutas, las verduras, los cereales integrales y el pescado y reducir el consumo de carnes rojas / procesadas y de bebidas azucaradas, aunque resaltan que una dieta basada en plantas podría ser poco saludable si consiste principalmente en carbohidratos refinados y alimentos procesados. Aunque los estudios de asociación de alimentos específicos apuntan a los beneficios potenciales para la salud de las dietas basadas en plantas, es necesario tener en cuenta ciertas particularidades para satisfacer las necesidades de nutrientes a través de la combinación de alimentos (e.g., complementación proteica) y saber interpretar las relaciones y asociaciones, ya que sigue primando el balance calórico y el nivel de actividad física como principales predictores del riesgo cardiovascular o endocrinometabólico (Guzik & Bushnell, 2017; Ekelund et al. 2019). También es importante reconocer que los cambios en la dieta a menudo consisten en sustituciones, donde se acompañan las disminuciones en algunos alimentos por aumentos en otros y la calidad de los involucrados en estas sustituciones puede determinar el riesgo cardiovascular



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